martes, marzo 13, 2007

Es muy peligroso perder el sentido del bien y del mal

Corrientes, 13 Mar. 07 (fuente: AICA www.aica.org)

El arzobispo de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, advirtió que "es muy peligroso perder el sentido del bien y del mal", y consideró que "con el prurito de modernizar antiguos conceptos se echa por la borda el contenido genuino y permanente de los mismos. El relativismo teórico y práctico es causante de la inseguridad existencial que padecen muchos de nuestros contemporáneos". Si bien dijo que "se comprueba un trágico avance, que parte de desacuerdos con los parámetros cristianos, hasta explosivas negaciones de valores fundamentales y de Dios", confió en que "el alma humana siga clamando por su Dios, como el niño clama por su madre, y no se resigna a vivir en el desamparo".

HACER LA VOLUNTAD DEL PADRE DIOS

Alocución de monseñor Domingo Salvador Castagna, arzobispo de Corrientes, para el tercer domingo de Cuaresma(11 de marzo de 2007)

Lucas 13, 1-9

1.- El lugar que corresponde. Los hombres somos como la higuera estéril mientras nos neguemos a ser cuidados por Cristo. Ocupamos un lugar y “cansamos la tierra” que, con otros, puede ser muy rica en frutos. Nos arriesgamos a ser inútiles. Es posible observar el número creciente de individuos que no hacen nada porque se niegan sistemáticamente a hacer lo que deben. ¡Qué pocos se conforman con el lugar que les corresponde y cuántos se entretienen envidiando a los otros! En el intento de ocupar otros lugares dejamos vacío el que nos corresponde. Seremos juzgados severamente si nos pasamos la vida escapando de nuestro lugar. Estar siempre disgustados, ambicionando lo que no nos corresponde, es la forma común de dejar abandonado lo que nos es propio. Aquí es donde todos, sin excepción, nos debemos un honesto examen de conciencia. La Cuaresma insiste en lo que constituye la exhortación constante de Jesús. Me refiero al empeño sostenido de “hacer la voluntad del Padre Dios”. Enarbolamos los “Mandamientos” como Moisés las tablas de piedra, al bajar del monte Sinaí, con ganas de hacerlos pedazos sobre la tierra estéril. Poco interés se advierte, en grandes sectores de la sociedad, por cumplir los Mandamientos de Dios, promulgados por Moisés y reiterados por Jesús.

2- Peligrosos adolescentes. Es muy peligroso perder el sentido del bien y del mal. Con el prurito de modernizar antiguos conceptos se echa por la borda el contenido genuino y permanente de los mismos. El relativismo teórico y práctico es causante de la inseguridad existencial que padecen muchos de nuestros contemporáneos. No es progreso barrer con los miles de años de historia de la humanidad - o los veinte siglos de la Iglesia Católica - para empezar todo de nuevo. Sólo la insensatez y la soberbia pueden sostener tal propósito. Sólo a un adolescente se le ocurre tener todo bajo control y rechazar - o poner en duda - lo que le ofrecen legítimamente sus mayores. A veces se me figuran verdaderos y peligrosos adolescentes algunos actuales responsables de la cultura y del comando de la sociedad. El Evangelio, y su proyección histórica, insiste en los valores humanos revelados en Cristo. Se comprueba un trágico avance, que parte de desacuerdos con los parámetros cristianos, hasta explosivas negaciones de valores fundamentales y de Dios. Pero el alma humana clama por su Dios, como el niño clama por su madre, y no se resigna a vivir en el desamparo. Si tiene suficiente humildad, buscará y encontrará caminos para el reencuentro. Recuerdo los ejemplos de dos ateos inquietos y esperanzados: Santa Edith Stein y el Beato Charles de Foucauld. El misterioso itinerario de sus vidas concluye en la santidad. Es humanamente inexplicable ese movimiento oscilante que los saca de la incredulidad y los instala en la fe.

3.- El dolor atroz de los que sufren. Las personas deben ayudarse mutuamente a encontrar la Verdad. Los que tienen fe deben ofrecer su nueva visión a los que no la tienen. Los que viven la experiencia de la bondad y del amor de Dios deben constituirse en testigos auténticos para quienes cargan en sus vidas el dolor y la inmisericordia del mal. Una mirada simple a la realidad permite medir la magnitud del dolor de todas las víctimas de la injusticia y del desamparo. Tanto sufrimiento no puede permanecer sin sentido. Dios, que lo trasciende todo, se reserva la instancia final de poner las cosas en orden. Los hombres, librados a sus fuerzas, no llegan a concretar lo que deben ser. El mal anidado en la esencia de su ser es vencido desde afuera, por acción de ese Ser trascendente y, no obstante, admirablemente cercano. La experiencia de impotencia - ante todas las manifestaciones del mal - inspira dirigir la mirada más allá, donde el mal es definitivamente vencido. La Iglesia, heredera de los Apóstoles, ofrece al Dios cercanísimo: Jesucristo. Vino y viene a dar sentido - desde sus padecimientos y su Cruz - a los acerbos dolores de la humanidad. Para ello se constituye en “vencedor del pecado y de la muerte” y resuelve el enigma, hasta Él no resuelto, de una historia de violencia y de muerte. La Cuaresma inspira un comportamiento nuevo con la Palabra que proclama y con el acontecimiento que celebra. De esa manera crea el clima penitencial adecuado para una auténtica conversión.

4.- Quién no cambia es incapaz de cambiar nada. La palabra evangélica es un llamado a la conversión. Lo que equivale, como tantas veces lo he dicho, a un llamado al cambio verdadero. La historia ha sido testigo de innumerables “cambios” que no fueron tales. Muchos proyectos - agotados antes de alcanzar su estreno - terminaron en el fracaso y, a veces, en la tragedia. Las guerras, las sangrientas revoluciones, los intentos de copamiento del poder establecido etc. han dado lugar a nuevos proyectos, tan agotables como los reemplazados. ¿Por qué? - nos preguntamos - ¿de dónde procede la culpabilidad de tales errores? Sin duda del ejecutor de dichos proyectos. Falla el hombre, porque intenta producir un cambio sobre esquemas hábilmente diseñados y no en su interior. Quien debe cambiar, si no lo logra, es incapaz de cambiar nada. El Evangelio - mis queridos cristianos y amigos - es una “gracia que salva (o cambia) a quien cree”. Es urgente proclamarlo a todos. A quienes lo acepten, y se adhieran existencialmente a él, y a quienes terminen rechazándolo. El Señor ha concedido, a todos los hombres, el derecho a que se les predique el Evangelio. La Iglesia lo debe al mundo y lo debe ofrecer sin discriminar a nadie. Su máxima misión es transmitirlo a todos, respetando el don de la libertad acordado a cada uno, aunque se produzca, por parte de algunos (que pueden ser muchos), un rechazo irresponsable. En otra oportunidad, y en este mismo espacio, me he referido al extraordinario respeto que Dios manifiesta por la libertad humana.

5.- Necesidad de ser libres de verdad. Dios no se arrepiente de su obra - la creación del hombre - porque es buena. El don de la libertad “no es para que se aproveche el egoísmo” (San Pablo) sino para llevar a plenitud, en base a creatividad y amor, la Creación. Sin duda el riesgo de la libertad - en el proceso de crecimiento del hombre - es el pecado. Es tan necesaria la libertad, en la constitución del ser humano, que Dios corre ese riesgo y, no obstante, hace efectivo el don. El hombre obra irresponsablemente cuando destroza el proyecto de Dios y, en consecuencia, enferma su libertad hasta llevarla a una debilidad extrema y mortal. La Redención cura - por la gracia - la libertad y, desde ella sanada, reorienta el Universo a su original salud e inocencia. La Cuaresma ofrece el espacio necesario para recibir la gracia de la Pascua, es decir, para sanar la libertad y restablecer el orden en el interior de las relaciones interpersonales y de la sociedad. La presencia de Cristo hace de la vida de los cristianos - y de quienes honestamente responden al dictamen de su recta conciencia - un verdadero ejercicio de la libertad en la responsabilidad. La Cuaresma, ya tan avanzada, es el tiempo propicio para la reflexión y el cambio. Es un deber urgente aprovecharlo.

Mons. Domingo Salvador Castagna, arzobispo de Corrientes

No hay comentarios.: